Obama y los derechos humanos: crónica de un inevitable desencuentro

(Por Atilio Borón)

Se especuló hasta el cansancio en la expectativa de una condena de Obama a las violaciones de los DDHH perpetradas en todo el mundo bajo la inspiración, financiación y participación, directa o indirecta, de Washington. Error: los emperadores (y muy a menudo los presidentes de las naciones sometidas) jamás tienen la humildad de reconocer sus crímenes, o sus fracasos. Obama no podía ser la excepción. En su discurso el día de hoy, Jueves 24 de Marzo, dijo que «hemos tardado en defender los derechos humanos; eso fue el caso de Argentina». Y en la conferencia de prensa del día de ayer, en la Casa Rosada dijo que en relación a estos temas en Estados Unidos hubo «hubo momentos poco productivos o malos.» Afirmaciones ambas que evitan decir lo esencial y que Obama, por muchas razones, aunque quisiera, no podía decir. Como todo presidente norteamericano él es apenas el mascarón de proa de una nave siniestra cuyos reales conductores no están a la vista.

Por eso me permito incorporar a este posteo el Postfacio al libro EL LADO OSCURO DEL IMPERIO. LA VIOLACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS POR LOS ESTADOS UNIDOS que escribiera junto con Andrea Vlahusic sobre la sistemática violación de los derechos humanos, dentro y fuera del país, por el gobierno de Estados Unidos. Fue escrito pocos meses después de la asunción de Obama y plantea unas tesis pesimistas sobre lo que haría el Premio Nobel de la Paz instalado en la Casa Blanca. Desgraciadamente, la historia nos dio la razón. Aquí se los agrego para facilitar su lectura.

POSTFACIO

El “Prólogo” escrito para la edición argentina de este libro tiene por fecha el 12 de Junio del corriente año. Transcurridas apenas dos semanas un nuevo suceso: el golpe en Honduras, vino a ratificar nuestro pesimismo acerca de lo que se podía esperar de la nueva administración estadounidense. Y poco después el mundo fue informado de otra belicosa y provocadora decisión tomada por la Casa Blanca: instalar siete nuevas bases militares en Colombia, un atropello a la soberanía de ese país y una grave amenaza para toda la región, sólo posible gracias a la incondicional sumisión del gobierno de Álvaro Uribe a los dictados del imperio. A causa del vértigo de los acontecimientos nuestro “Prólogo” envejeció prematuramente y debe ser actualizado.

En términos teóricos no tenemos nada que agregar: la tesis fundamental de nuestro trabajo es que por detrás de los transitorios ocupantes de la Casa Blanca existe un “gobierno permanente” consolidado fundamentalmente a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y que con el transcurso del tiempo ha adquirido una casi total independencia de los avatares y fluctuaciones que caracterizan la escena electoral. Es él quien a través de una densa cadena de mediaciones y echando mano a numerosos agentes y estructuras organizacionales ejerce las principales funciones gubernativas tanto dentro como fuera de Estados Unidos, en la república y a la vez en el imperio. Por eso los datos idiosincráticos relativos al ocupante de la Casa Blanca tienen escasa importancia. En todo caso podemos decir que cuando éste pretende distanciarse de las políticas establecidas por los poderes fácticos permanentes se ingresa en una zona de inestabilidad y de conflictos que puede, en algunos casos, culminar con el asesinato del presidente (tal como ocurriera con John F. Kennedy) o con la completa neutralización de la iniciativa considerada como inaceptable y su responsable condenado a una especie de limbo político, algo que Hillary Clinton sufrió en carne propia cuando naufragaron sus intentos de reformar el sistema de salud durante los primeros meses de la Administración Clinton. No muy distinta fue la suerte corrida por James Carter, aplastado por la reacción neoconservadora encolumnada detrás de Ronald Reagan furiosamente opuesta a su política de derechos humanos y la devolución del Canal de Panamá.

Dadas estas condiciones, al cabo de poco más de doscientos días de gobierno un hombre visceralmente inclinado al equilibrio y la moderación y poco amante de adoptar posturas categóricas ha quedado completamente sometido a los poderes fácticos del imperio. Sobre esto hay un llamativo consenso entre analistas de distinta orientación ideológica: Noam Chomsky, por ejemplo, ante una pregunta acerca de la política exterior de George W. Bush y Barack Obama manifestó que la actual “(e)s una continuación de las mismas políticas (de su predecesor). De hecho, volviendo a Condolezza Rice, raramente estoy de acuerdo con ella pero en algunas cosas sí lo estoy. Recientemente ella escribió un artículo en el cual predijo que la política exterior de la Administración de Obama sería como la segunda Administración Bush. … No hay indicación alguna de que Obama va a cambiar estas políticas. De hecho en algunas instancias él ha tomado una posición más agresiva, como con Afganistán y Pakistán.” Otros analistas hablan inclusive de un “tercer turno” de Bush o de las grandes similitudes que existen entre los dos mandatarios.

Lo que esto significa, en pocas palabras, es que Obama tiene un escaso control sobre las distintas agencias que componen el aparato estatal norteamericano. El Presidente Rafael Correa lo dejó claramente establecido cuando dijo que «Yo confío en Obama, creo es un buen hombre, pero creo que no controla los Estados Unidos, ni que conozca lo que haga el Pentágono o la CIA.” Agregaríamos nosotros: tampoco parece controlar lo que hace el Departamento de Estado y las políticas que impulsan su embajador y el personal militar destacados en Tegucigalpa.

Admitamos que el golpe en Honduras no fue un rayo en un día sereno. Cuando el 24 de Abril del 2008 Washington anunció oficialmente la reactivación de la Cuarta Flota -una decisión insólita e inamistosa que no fue revisada ni revertida por Obama- se daba el primer paso en la contraofensiva del imperio encaminada a “normalizar” la situación sociopolítica de sus “revoltosas provincias interiores”.

La serie de reiteradas victorias electorales de Chávez, Morales y Correa en sucesivos referendos, elecciones constituyentes, plebiscitos ratificatorios y simples elecciones presidenciales amenazaban con modificar irreversiblemente el panorama regional. Además, la heroica resistencia de Cuba a cincuenta años de bloqueo y agresiones de todo tipo se había convertido en una preocupante fuente de inspiración para los pueblos latinoamericanos y caribeños, algo que los administradores imperiales no podían sino ver con muy malos ojos. Contradicciones objetivas impedían afianzar los lazos con los países del extremo sur del continente, que si bien no compartían el celo revolucionario de Venezuela, Bolivia y Ecuador, para ni hablar de Cuba, demostraron no estar dispuestos a seguir siendo dóciles peones de los designios imperiales. La derrota del ALCA, en Mar del Plata, fue un revés traumático que precipitó la búsqueda de radicales correctivos. Para colmo, en fechas recientes, el cuadro político centroamericano revelaba la creciente ascendencia del bolivarianismo en una región cuyos gobiernos tradicionalmente disputaban entre sí para ver quien se sometía más rápido e incondicionalmente a los mandatos de la Casa Blanca. Ahora el panorama había cambiado y el ALBA (y los diversos proyectos de cooperación internacional que sin cesar se originaban en Venezuela) hacían que cuatro de los cinco gobiernos centroamericanos mirasen cada vez con más simpatía las señales emanadas de La Habana, Caracas, Quito y La Paz: salvo en Costa Rica, cuyo presidente (dudosamente triunfador en comicios plagado de irregularidades) es un leal vasallo del imperio, en Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras el clima ideológico se mostraba cada vez más predispuesto a apoyar –si bien con diversos grados de radicalidad- las políticas anti-imperialistas promovidas por lo que en un alarde de moralina barata los publicistas de la Casa Blanca habían bautizado como “el eje del mal.”

apoyo de Washington a golpes militares y gobiernos fascistas

Golpes militares promovidos por Estados Unidos en distintos países desde la Segunda Guerra Mundial (circa)

La sedición de los militares hondureños marca el comienzo de la segunda etapa de esta contraofensiva, y por eso no tuvo nada de casual. Los oficiales de ese país fueron alumnos predilectos de la tenebrosa Escuela de las Américas desde los años setenta, cuando Honduras se convirtió en una impresionante plataforma contrarrevolucionaria de Estados Unidos desde la cual se desestabilizó al gobierno Sandinista en Nicaragua, apoyó el accionar de los “contras” y se buscó por todos los medios impedir la derrota del ejército salvadoreño a manos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Hoy esos mismos militares, teledirigidos desde la base norteamericana de Soto Cano (ex Palmerolas), fueron los que en un operativo comando secuestraron al presidente legítimo de Honduras y previa escala en esa guarnición militar lo desterraron del país.

El golpe en esa nación centroamericana pone fin a las ilusiones, acunadas por muchos, de que el imperialismo había cambiado y que la rapiña desenfrenada de los recursos naturales y los métodos brutales de dominación eran cosa del pasado. Quienes así piensan se olvidan del activo papel que Washington jugó en el golpe militar venezolano de Abril del 2002, y el no menos protagónico papel desempeñado en el lock out petrolero de finales de ese mismo año; o lo que están haciendo diversas agencias del gobierno norteamericano junto a supuestamente independientes ONGs de ese país para desestabilizar a la Revolución Bolivariana; o al gobierno de Evo Morales y provocar la secesión de la Media Luna Oriental; o el modo en que se está fomentando el renacimiento del separatismo del Guayas, en Ecuador, para ni hablar de la incesante campaña de descrédito y desgaste lanzada en contra de la Revolución Bolivariana.

Transcurridos casi dos meses la complicidad del gobierno norteamericano con el golpe es tan irrefutable como censurable: duplicidad discursiva; condescendencia con el régimen golpista y sus personeros; tibias condenas más retóricas que reales; mantenimiento del embajador en Tegucigalpa; ausencia de cualquier medida efectiva de presión sobre los usurpadores; revelación de las vinculaciones entre el lobby golpista en Washington y abogados estrechamente vinculados a Bill Clinton; marginación de la OEA y su reemplazo por su peón costarricense, Oscar Arias, para tratar de llegar a un acuerdo entre las partes tratando por igual al legítimo presidente de Honduras y al ilegítimo usurpador; y silencio total ante las flagrantes violaciones a los derechos humanos que viene cometiendo la pandilla que tomó el poder por asalto desde su instalación. Washington ha exhibido una obscena pasividad e indiferencia ante la censura de prensa y la persecución, silenciamiento y clausura de cualquier medio de comunicación que no se pliegue incondicionalmente a los comunicados oficiales. Ya hay sangre derramada, y mucha; desaparecidos, torturados, encarcelados sin procesos, represión indiscriminada de la policía, exiliados, familias amenazadas y Estados Unidos sigue sin condenar lo ocurrido. Como dice el refrán, “quien calla otorga.”

Obama pretendió contraatacar a sus críticos señalando lo que a su juicio era una contradicción: el 7 de Agosto declaró que “No puedo apretar un botón y reinstalar al señor Zelaya», al paso que subrayaba que era una ironía que “algunos de los que han criticado la ingerencia de Estados Unidos en América Latina, se quejen ahora de que no está interfiriendo lo suficiente». Lo que Obama no dijo es que Estados Unidos ha estado interviniendo desde hace más de un siglo en Honduras, que desde los años ochentas su presencia militar, política y económica en ese país centroamericano tiene una gravitación sencillamente abrumadora, que la misma Constitución de 1982 que Zelaya quiere reformar fue poco menos que dictada por John Negroponte cuando era embajador de Estados Unidos en Honduras, que el golpe fue posible porque fue negociado y acordado día a día con las autoridades civiles y militares estadounidenses radicadas en ese país, y que el respaldo cada vez menos tácito y más explícito de su gobierno al régimen es lo único que sostiene a los golpistas en el poder, en medio de un repudio universal. Por eso le asiste toda la razón al presidente Hugo Chávez Frías cuando en el Aló Presidente del 16 de Agosto dijo que “Obama anda perdido en la nebulosa. Creo que está entrando en un laberinto terrible. Obama no entiende. El tiene que estudiar un poco más, es un hombre joven, lleno de intenciones buenas. Obama, no le estamos pidiendo que intervenga en Honduras. Todo lo contrario. Le estamos pidiendo que retire el imperio su mano de Honduras y que retire el imperio sus garras de América latina.”

¿Qué podría hacer Obama? Muchas cosas: en primer lugar, dejar de lavarse las manos y posar de “neutral” en un conflicto entre legitimidad y violencia que lesiona gravemente su credibilidad internacional. Segundo: retirar de inmediato su embajador de Tegucigalpa. Tercero, congelar las cuentas bancarias de los nuevos gobernantes de Honduras en Estados Unidos y establecer un embargo sobre sus propiedades, concentradas fuertemente en Miami. Cuarto, amenazar con bloquear las remesas de los inmigrantes hondureños a su país de origen, finalmente, comunicar a la opinión pública de Honduras que se lanzaría una advertencia a las empresas estadounidenses radicadas en ese país para que preparen un plan de contingencia para abandonar Honduras si el legítimo presidente del país no reasume sus funciones en un plazo perentorio. Con una sola de estas medidas los gorilas hondureños caerían en cuestión de horas. Se requiere, eso sí, voluntad de frenar el golpe y por lo visto hasta ahora Obama no la tiene.

El remate de esta contraofensiva reaccionaria, acentuada bajo la Administración Obama, ha sido el anuncio de la instalación de siete nuevas bases militares en Colombia. No una sino siete, en reemplazo de la base de Manta recuperada por el patriótico gobierno de Rafael Correa.

La justificación que Uribe esgrime en apoyo de su decisión de conceder a las fuerzas armadas de Estados Unidos esas bases militares es que así se amplía la cooperación con el país del Norte para librar un eficaz combate contra el narcotráfico y el terrorismo. Excusa insostenible porque tal como lo hemos demostrado en este libro un informe de la agencia de las Naciones Unidas especializada en la lucha contra la droga y el crimen, la UNODC, los dos países donde más crecieron la producción y exportación de amapola y coca son Afganistán y Colombia, ambos bajo una suerte de ocupación militar norteamericana. Y si algo enseña la historia del último medio siglo de Colombia es la total incapacidad para resolver el desafío planteado por las FARC por la vía militar.

Es evidente que con la entrega de estas bases Venezuela queda completamente rodeada, sometida al acoso permanente de las tropas del imperio estacionadas en Colombia, amén del ejército colombiano y los “paramilitares”. A ello habría que agregar el apoyo que aportan en esta ofensiva las bases norteamericanas localizadas en Aruba, Curaçao, ambas a pocos kilómetros de la costa venezolana; la de Guantánamo; la de Palmerolas, en Honduras; la que está en el aeropuerto de Comalapa, en El Salvador; y la Cuarta Flota que dispone de suficientes recursos para patrullar efectivamente todo el litoral venezolano. Pero no sólo Chávez está amenazado: también Correa y Morales quedan en la mira del imperio si se tiene en cuenta que Alan García en Perú arde en deseos de ofrecer “una prueba de amor” al ocupante de la Casa Blanca otorgándole facilidades para sus tropas.

Pero el panorama es mucho más amenazante. En Paraguay, Estados Unidos se aseguró el control de la gigantesca base de Mariscal Estigarribia –situada a menos de cien kilómetros de la frontera con Bolivia- y que cuenta con una de las pistas de aviación más extensas y resistentes de Sudamérica, apta para recibir los gigantescos aviones de transporte de tanques, aviones y armamento pesado de todo tipo que utiliza el Pentágono. También en ese país dispone de una enorme base en Pedro Juan Caballero, ¡localizada a 200 metros de la frontera con Brasil!, pero según Washington pertenece a la DEA y tiene como finalidad luchar contra el narcotráfico. Hay que recordar que en 2005 la Casa Blanca se aseguró la total inmunidad para las tropas estadounidenses estacionadas en ese país: en esa concesión legal, garantizada por el Congreso del Paraguay, cualquier violación de los derechos humanos o de la legalidad vigente estaría únicamente sujeta a la decisión que pudiera adoptar Estados Unidos y no las autoridades paraguayas. Si bien esa norma no fue prorrogada a su vencimiento, el 31 de Diciembre del 2006, el cambio en el modus operandi de las tropas estadounidenses convirtió en innecesaria la concesión de un nuevo permiso dado que desde entonces todas ellas ingresan al país como parte del personal diplomático de la embajada de Estados Unidos, con lo cual gozan de la misma inmunidad que en el pasado.

La amenaza que representa esta proyección sin precedentes del poder militar norteamericano en Sudamérica afecta además al Brasil, conciente de las ambiciones que Estados Unidos guarda en relación a la Amazonía, región que “puertas adentro” los estrategas imperiales consideran como un territorio vacío, de libre acceso, y que será ocupado por quien tecnológicamente tenga la capacidad de hacerlo. No está demás recordar que Sudamérica cuenta con aproximadamente la mitad del agua dulce del planeta, la gran reserva de oxígeno de la humanidad, contiene inestimables depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y que aproximadamente la mitad de la biodiversidad de la tierra se habita su territorio. Este rosario de bases que se extiende por su dilatada geografía unida al control de las aguas que garantiza la Cuarta Flota hace que esta parte del globo se encuentre militarmente encerrada en un círculo cada vez más amenazante y cuya última preocupación será combatir al narcotráfico. El objetivo esencial es el control territorial y político, disponiendo de fuerzas preparadas para acudir en ayuda de algún aliado en apuros o para desestabilizar y tumbar gobiernos considerados como enemigos del imperio.

Con base en las notables investigaciones que sobre este tema realizara Chalmers Johnson el analista mexicano Alfredo Jalife-Rahme concluía recientemente que sumando las nuevas siete bases militares establecidas en Colombia Estados Unidos elevó su número total a 872, “lo cual no tiene equivalente con ninguna potencia pasada y presente: ¡EU invadió literalmente al mundo!” Estas bases, aparte del personal que vaya a destinarse a las siete de Colombia, comprenden una fuerza de 190.000 efectivos a un costo anual de 250.000 millones de dólares. ¿Alguien puede creer que tamaño esfuerzo tenga como único objetivo la lucha contra el narcotráfico, o el terrorismo? Su objetivo, como reiteradamente lo recuerda Noam Chomsky, es garantizar la viabilidad de un plan de dominación mundial, y América Latina y el Caribe constituyen la presa más codiciada, inmediata y urgente de esa política de anexión imperialista. Con sus hechos, Obama confirma que es una pequeña rueda en el criminal engranaje del imperio y que por más que emplee una retórica diferente a la de su predecesor sus actos no hacen sino confirmar el irreemplazable rol conservador que Estados Unidos, y su presidencia, juegan en el mantenimiento de la estructura imperialista a escala mundial.

Buenos Aires, 18 de Agosto de 2009

Fuente: Blog de Atilio Borón


Ver: Solos como Macri y Obama en el aniversario del golpe

 

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