El orgullo de conocer a Fidel

(Por Yasel Toledo Garnache)

El campesino Asber Rodríguez Rosales, quien vive desde su nacimiento hace 76 años en Victorino, intrincado paraje de la Sierra Maestra, guarda como reliquias en su mente los tres momentos que estuvo cerca de Fidel Castro, motivos de felicidad y orgullo.

Otra causa de alegría, comenta, es haber nacido el 10 de octubre de 1939, justamente cuando se cumplía el aniversario 71 del inicio de las luchas independentistas en Cuba, lo cual también para él significa el compromiso de ser cada día mejor como revolucionario y persona.

Cuenta que por primera vez observó y escuchó a Fidel en septiembre de 1957, cuando llegó aproximadamente a las ocho de la noche a esa zona del actual municipio granmense de Guisa, y conversó con varios guajiros hasta cerca de la una de la madrugada.

Rememora que algunos pobladores se habían sumado a la lucha armada, incluido el mayor de sus tres hermanos, para contribuir al logro de la libertad, y los familiares apoyaban a los rebeldes. Su madre confeccionaba brazaletes con las siglas del Movimiento 26 de Julio.

“Después de aquel día nuestro compromiso con los alzados, guiados por Fidel, fue mayor pues él nos transmitió mucha confianza y habló con emoción de independencia y mejorías para el pueblo”, dice este señor de estatura media, quien produce café, cacao, cítricos y viandas en su finca.

Añade que, luego del triunfo de la Revolución, el Comandante en Jefe volvió en dos ocasiones, siempre vestido con su uniforme de color verdeolivo, como era costumbre.

“En 1962, llegó hasta el hospital y se preocupó por las condiciones de vida en la región y por el café. Dijo que era preciso construir secaderos y utilizar despulpadoras, para más calidad en la producción y favorecer las ganancias de los campesinos”, expresa alegre.

Según añade, aquel día Fidel comunicó que harían una carretera asfaltada hasta ese lugar y apenas unos 15 días más tarde llegaron los primeros tractores, volquetas y otros equipos, lo cual provocó gran entusiasmo en todos.

El líder, el soñador, el amigo de millones en Cuba y otras partes del mundo, volvió poco tiempo después para constatar cómo iba la obra.

“Ya estaba bastante adelantada, con puentes en la loma de El Moro y El Salto”, asegura Rodríguez Rosales, padre de dos hijos: uno profesor y el otro ingeniero.

Recuerda que antes de 1959 tenían apenas un maestro y no existía ni un puesto médico en el lomerío, por eso cuando alguien se enfermaba lo llevaban al poblado principal de Guisa, a unos 20 kilómetros de distancia, donde existían solo dos doctores, los cuales cobraban la consulta y las medicinas.

“Cuando el enfermo no podía montar caballo, era trasladado en una hamaca, con dos palos en los hombros de dos personas, que soportaban el peso, y resultaba más complicado si había fango”, explica con tristeza este guajiro, secretario del núcleo del Partido en su zona.

El primero de enero de 1959, significó entusiasmo para él y los demás. “En un radio de pilas, escuchamos la noticia de la victoria definitiva, y todos salimos de las viviendas para festejar”, refiere quien solo había estudiado hasta sexto grado, pero se superó y pasó cursos en administración y economía.

Con alegría señala que en la actualidad poseen un hospital, farmacia, sala de video, seis consultorios del médico de la familia, una biblioteca pública, con servicio eléctrico, y los niños y adolescentes estudian en centros educacionales cercanos, todo gratis.

Asber Rodríguez Rosales habla con la pasión de conocer realidades, iniciadas en forma de sueños. Asegura que jamás ha pensado en irse de Victorino, porque allí existe lo suficiente para vivir con cierta comodidad, incluido el transporte hacia la cabecera municipal, que es bueno, asegura.

Cada vez que menciona a Fidel sus ojos se llenan de luz y la voz es más fuerte: “Él permanece entre nosotros como símbolo de conquistas y alegrías”, concluye sonriente.

Fuente: Visiones de Cuba


 

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