Cuba, 24 de febrero: Ya es hora

(Por Daily Sánchez Lemus)

“Lo hemos hecho; aún me parece sueño…”[1] Así se narra la emoción de el 25 de febrero cuando conoce del alzamiento en Cuba, a pesar de no haber logrado la simultaneidad y fuerza necesarias en ese instante.

Algunos almanaques habían marcado ya el día de San Modesto, y detrás de ese 24 de febrero latían las almas de muchos patriotas que la historia recoge por nombre a unos y por masa a otros, pero que apostaron todos por la Guerra Necesaria. Gómez, Maceo, Flor, Mayía, Juan Gualberto…José Julián. Y precisamente así, nacida de un hombre cuya sencillez no pudo ocultar la grandeza de su vida –por más que lo intentara-, pujaba la nueva arremetida por la independencia de Cuba… lograda con mucho amor. El grito fue alto, eterno, para llamarnos una y otra vez a no olvidar hoy las razones de Cuba.

Muchos años pensándola y organizándola. La guerra de 1895 comenzaba para liberar a Cuba y, como asegurase Martí a su amigo Manuel Mercado, para impedir a tiempo que los Estados Unidos cayeran con esa fuerza más sobre los pueblos de Nuestra América. La guerra que permitiría, una vez coronada, fundar la República con todos y para el bien de todos, con esa concepción del equilibrio para lograr con fuerza y ternura la obra suprema humana. Había guerra otra vez en Cuba porque era la única vía para ser libres…y ser libres era una necesidad impostergable.

La contienda era consecuencia de mucho bregar inconcluso y nacía de la coherencia del pensamiento Martí que, bebiendo de los libertadores del continente, supo calibrar el momento, sus urgencias y traducirlo a la práctica con la lucha por la redención.

“A lo largo de toda su obra, el Apóstol indica que el hombre se debe a su pueblo, que desde sus primeros pasos ha de compartir con este desvelos, inquietudes, angustias, alegrías, derrotas y victorias, que ha de asumir como propios en la medida en que se forja como hombre. Unido así al resto de sus conciudadanos, el individuo no ha de pretender erigirse en amo de otros sino en servidor de la colectividad.”[2]

Así lo define el destacado investigador Ibrahím Hidalgo, quien además ha precisado el humanismo del Maestro en función de esa tarea de todos que era levantar un país, para hacerlo libre y justo, basado en un sistema de ideas y conceptos éticos que daban continuidad a la ruta de sus antecesores y a la vez la dotaba de luces vívidas, apasionantes y resueltamente transformadoras. Todo ello, con certeza, sin descuidar lo concreto de cada circunstancia.

“El humanismo revolucionario de va mucho más allá de las formulaciones abstractas que idealizan a los seres humanos, si no desarrolla una concepción apegada a la realidad. Martí consideraba que ´los pueblos no están hechos de hombres como debieran ser, sino de los hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se mejoran si aguardan a que la naturaleza humana cambie´.

Toda su vida la dedicó a propiciar la transformación de la realidad mediante la participación de quienes debían modificarla y modificarse a sí mismos”.[3]

Y no es casual entonces que a su pequeño hijo José Francisco, en Ismaelillo, escribiera “tengo fe en el mejoramiento humano”… Martí sabía que la idea de un país era hermosa, y por tan hermosa, así de compleja. Sin embargo, no desistía. Sabía que las personas, cuando comprueban lo legítimo de la entrega, la transparencia de las intenciones y la honestidad de quienes la defienden, no se resisten a lanzarse por el sueño. Por ello escribió. Por ello su palabra. Por ello el andar por cada sitio para saber y convocar. Por eso comunicarse siempre, explicar, escuchar y ser parte entre todos. Por eso su periodismo.

“Patria fue el vocero de y dictó pautas a seguir en el orden ideológico para preparar a las masas populares para cuando asumieran su papel protagónico en el diálogo histórico que predestinó tan certeramente en el ámbito continental”.[4]

Martí lo anticipó. Ya es hora.

Estar conscientes del momento que nos toca vivir, de la responsabilidad generacional con la esencia siempre revolucionaria de Cuba, es vital. La Generación del Centenario, con sus magníficos muchachos guiados por Fidel, supo hacerlo. La de mis padres, años después con Fidel y Martí, también. Solo se revela el camino para quien lo transita armado de ternura, vergüenza y valor. Y si no existe el camino, se hace. Quien lo sueña o cree que lo prefigura desde un cómodo sitio, sin tropezar con más piedra que la que quiere ver o se inventa, sin allanar las verdaderas malezas y sin involucrarse ciertamente en la urgencia colectiva para defender la patria de peligros históricos que el propio Martí denunció, no podrá sentir nunca la nobleza de la pasión.

Al Maestro hay que ir siempre, para comprender y para la fe en la vida futura y la utilidad de la virtud; para ser conscientes de que tenemos que hacer sobre la mar, a sangre y cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino; porque Cuba sigue siendo independentista, latinoamericanista, antiesclavista y antimperialista; porque no se trata solo de decir, sino también de hacer, de mirar dónde está el deber y no dónde se vive mejor; porque Martí estuvo convencido de que tenía que estar en la primera línea del combate aquel que estaba llamando al combate… porque en el ejemplo de intentar la de la vida, se escriben los mejores versos.

“Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio, hay que hacer viable e inexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor… Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí ya es hora”.[5] (Pensando Américas-Razones de Cuba)

NOTAS:

[1] en Jorge Mañach, en Martí, al Apóstol, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p.235.

[2] Ibrahím Hidalgo Paz: En torno al ideal martiano de la liberación del hombre, en Dos siglos de pensamiento de liberación cubano, de Eduardo Torres Cuevas (coordinador), Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, 2003, p.51.

[3] Ibrahím Hidalgo Paz: Ob. Cit., p. 49

[4] Nydia Sarabia: Glosas Martianas, Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2002, p.59

[5] Carta de José Martí a Federico Henríquez Carvajal, el 25 de marzo de 1895, citada por Jorge Mañach en Ob.cit., p.237.

Fuente: Pensando Américas


 

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