Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica (Primera Parte)

(Por Elier Ramírez Cañedo / Cubadebate)

Durante largo tiempo el conflicto Estados Unidos-Cuba ha sido estudiado por numerosos académicos en el mundo, fundamentalmente de los países implicados. Sin embargo, a pesar de las numerosas investigaciones existentes al respecto, y de las miles de páginas de documentos desclasificados en los propios Estados Unidos, todavía hoy persisten determinados mitos, sustentados en el desconocimiento, la falta de información, los análisis superficiales y la manipulación intencionada con propósitos políticos. No son pocos los enemigos de la Revolución cubana que utilizan la tergiversación histórica como vía predilecta para atacar el proyecto cubano, dentro de una estrategia más amplia de guerra cultural contra el socialismo en Cuba.

El objetivo fundamental de este ensayo es ofrecer los argumentos necesarios para desbancar todos aquellos mitos que, en torno al conflicto Estados Unidos-Cuba, todavía en nuestros días pretenden convertirse en verdades establecidas. Solo presentamos y analizamos ocho de ellos, por considerarlos las más importantes en cuanto a su recurrente mención en los círculos académicos foráneos, pero lógicamente no serían los únicos a tener en cuenta.

Mito 1: “La raíz del conflicto estuvo en la alianza de la Revolución con la Unión Soviética, pues la administración Eisenhower estaba dispuesta a entenderse con un proyecto nacionalista democrático en Cuba”.

Este planteamiento desconoce la evolución histórica del conflicto Estados Unidos-Cuba cuyas primeras expresiones pueden remontarse a finales del siglo XVIII, cuando comenzó a perfilarse lo que sería la esencia fundamental de la confrontación bilateral: hegemonía versus soberanía. Las fuentes documentales existentes demuestran que las pretensiones de anexar o dominar a Cuba estuvieron presentes en los padres fundadores de la nación norteamericana incluso desde antes de alcanzada la independencia de las Trece Colonias.

Ya en 1767 Benjamín Franklin había recomendado al lord William Petty II, conde de Shelburne y secretario de estado para los asuntos coloniales de Inglaterra, fundar un asentamiento en Illinois para, ante un posible conflicto armado, sirviera de puente para descender hasta el golfo de México y luego tomar Cuba o México mismo.(1) También en una fecha tan prematura como 1783, John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, había hecho la siguiente declaración: “Cuba es una extensión natural del continente norteamericano, y la continuidad de los Estados Unidos a lo largo de ese continente torna necesaria su anexión”.(2)

Este trabajo se haría demasiado extenso si citáramos las numerosas expresiones obtenidas de los documentos de los llamados Founding Fathers, fundamentalmente de los que luego ocuparon la presidencia y la secretaría de estado de ese país, que demuestran cómo, desde el surgimiento de esa nación, la élite de poder norteamericana proyectó la anexión de Cuba a su territorio.(3) Para 1823, la llamada política de la fruta madura se convertiría en la piedra angular de la política exterior de los Estados Unidos hacia la Mayor de las Antillas. Mientras no existieran las condiciones para apoderarse de Cuba, era preferible que la isla permaneciera bajo el dominio de España, antes de que su soberanía fuera transferida a una nación mucho más poderosa, especialmente Inglaterra, la reina de los mares en aquellos años. Aunque también Estados Unidos rechazó con vehemencia la posibilidad de una expedición colombo-mexicana que llevara la independencia a Cuba y Puerto Rico en la década del 20 del siglo XIX(4) y se negó a reconocer la beligerancia de los cubanos durante las gestas independentistas de la segunda mitad del decimonónico. Estados Unidos consideró que estas opciones políticas para Cuba también podían poner en riesgo sus ambiciones sobre la Isla.

Asimismo, durante la República Neocolonial burguesa, Estados Unidos bloqueó todo posibilidad de existencia de una burguesía nacional en Cuba. El llamado gobierno de los 100 días –realmente fueron 127-, que no fue un gobierno comunista –aunque tomó medidas de beneficio social de importancia, sobre todo, por inspiración de su secretario de Gobernación, Guerra y Marina, Antonio Guiteras Holmes– por el solo hecho de haberse replanteado los términos de las relaciones con los Estados Unidos y adoptar posiciones antiinjerencias, Washington no lo reconoció y se implicó en las conspiraciones que llevaron finalmente a su caída. Estados Unidos también hizo todo lo posible por evitar que un gobierno de corte nacionalista burgués liderado por el partido ortodoxo se hiciera de las riendas del país y apoyó hasta las últimas consecuencias a Fulgencio Batista, figura representativa del más conservador capitalismo dependiente cubano. Cuando la caída de Batista se hacía inexorable, la administración de Eisenhower trató a última hora de construir y respaldar una tercera fuerza que evitara el Movimiento 26 de julio llegara al poder.

Entonces, cuando triunfa la Revolución cubana en 1959, es cierto que la administración republicana de Dwight D. Eisenhower reconoció –no sin cierta reticencia- al nuevo gobierno el 7 de enero-, pero al mismo tiempo se trazó como meta fundamental evitar la consolidación de la revolución social en Cuba y con ello, que los intereses estadounidenses en la Isla fueran lastimados. De ahí la poca cooperación y animadversión que mostraron las autoridades norteamericanas hacia los nuevos líderes cubanos desde el propio momento del triunfo, a pesar de la valoración positiva que tenían sobre varias figuras moderadas dentro del Gabinete cubano, a las cuales pensaba utilizar para evitar la radicalización del proceso y la conservación de la Isla en la esfera de influencia norteamericana.

Eisenhower había apoyado al dictador Fulgencio Batista desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos, por lo cual no estaba en condiciones de entenderse con la Cuba revolucionaria que emergía. Por lo anterior, la Administración de Eisenhower no significaría un nuevo diseño de política hacia Cuba, sino una total continuidad. El mismo equipo de gobierno que había fracasado tratando de buscar una alternativa para evitar la toma del poder por parte de las fuerzas revolucionarias, era el mismo que entonces tenía que entendérselas con la Cuba de Fidel Castro. Por tal razón los planes subversivos de la potencia del norte contra la Revolución Cubana comenzaron a planificarse y ejecutarse desde los primeros meses del año 1959(5), sobre todo por la CIA, aunque sería luego de aprobada la Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo que estos se hicieron sentir con más virulencia. Es a partir también de esa fecha que comienza gradualmente a observarse una mayor y estrecha articulación entre la CIA y el Departamento de Estado en función del cambio de régimen en Cuba.

A pesar de que la aprobación formal del “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro”, ocurrió en marzo de 1960, la decisión del “cambio de régimen” había sido tomada desde el propio año 1959. Dos altos funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el subsecretario para Asuntos Políticos, Livingston T. Merchant, y el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos Roy Rubbottom, reconocerían luego que desde junio de 1959 se “había llegado a la decisión de que no era posible lograr nuestros objetivos con Castro en el poder”, poniéndose en marcha un programa que “el Departamento de Estado había elaborado con la CIA” cuyo propósito era el de “ajustar todas nuestras acciones de tal manera que se acelerara el desarrollo de una oposición en Cuba que produjera un cambio en el Gobierno cubano resultante en un nuevo Gobierno favorable a los intereses de EE.UU”.(6)

Aunque nuestros expertos en Inteligencia estuvieron indecisos durante algunos meses -señaló Eisenhower en sus memorias-, los hechos gradualmente los fueron llevando a la conclusión de que con la llegada de Castro, el comunismo había penetrado el Hemisferio (…) En cuestión de semanas después que Castro entrara a La Habana, nosotros en el Gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza”.(7)

Las dudas que aún podían quedar a los Estados Unidos sobre si la radicalidad del proceso revolucionario cubano traspasaría los límites de su tolerancia o los “requerimientos mínimos de seguridad”, como aparecía en algunos de sus documentos secretos, terminaron cuando se firmó la primera ley de Reforma Agraria en Cuba, el 17 de mayo de 1959. Todas las evidencias hacen pensar que a partir de ese momento el Gobierno de los Estados Unidos se convenció de que la revolución social en Cuba era verdadera y que esta constituía un peligro potencial para sus intereses fundamentales en la Isla y en el hemisferio occidental. Todavía las relaciones entre Cuba y la URSS no se habían establecido, ni se había declarado el carácter socialista de la Revolución, pero el desafío cubano era ya considerable, pues rompía con los moldes clásicos del control hegemónico de Washington sobre la región. De este modo, una vez que Cuba mostró su posibilidad de actuar como nación independiente tanto en el plano interno como en política exterior, en una región que los Estados Unidos consideraban su traspatio seguro, la esencia del conflicto Cuba-Estados Unidos llegó al pináculo de su expresión.

No fueron entonces los vínculos de Cuba con la URSS a partir de febrero de 1960, cuando se firman los primeros acuerdos económicos -que tal y como reportó el embajador estadounidense en La Habana al Departamento de Estado no afectaban directamente los intereses estadounidenses, sino más bien todo lo contrario- los que originaron el conflicto Estados Unidos-Cuba, como algunos autores se afanan en tratar de hacer ver, en un relato poco plausible.(8) El problema de fondo estuvo en que el Gobierno revolucionario cubano rompió con la tradición de subordinar la política interna y externa de la Isla a los dictados de Washington. Esa independencia no estaba dispuesta a aceptarla el gobierno de los Estados Unidos, pues rompía toda la lógica con la que Washington acostumbraba a tratar a los países de América Latina y el Caribe. De esta manera, la Revolución Cubana pasó a convertirse en un problema de “seguridad nacional” para los Estados Unidos al considerarse “la primera penetración comunista significativa en el hemisferio occidental”.

Pero lo cierto es que, la idea de una Cuba satélite de Moscú, sería el pretexto idóneo que buscarían algunas de las figuras más importantes dentro de la administración estadounidense para el diseño de una política más agresiva contra la Isla. El 24 de noviembre de 1959, el embajador inglés en los Estados Unidos reportaba a su cancillería: “Yo tuve que ver a Allen Dulles esta mañana sobre otro asunto, y aprovechó la oportunidad para discutir sobre Cuba, sobre una base estrictamente personal. Desde su punto de vista personal, él esperaba grandemente que nosotros decidiéramos que no continuaremos con la negociación sobre los Hunter (se refiere a las gestiones que realizaba Cuba para comprar aviones en el Reino Unido). Su razón fundamental es que esto podría conducir a que los cubanos solicitaran armas a los soviéticos o al bloque soviético. Él no había despachado esto con el Departamento de Estado, pero era por supuesto, un hecho, que en el caso de Guatemala había sido el envío de armas soviéticas lo que había cohesionado a los grupos de oposición y creado la ocasión para lo que se hizo”.(9)

Sentada las razones propagandísticas, la administración Eisenhower comenzó de inmediato un amplio espectro de políticas agresivas contra la Revolución Cubana con el objetivo de lograr un cambio de régimen mucho antes de establecidas las relaciones entre Cuba y la URSS y de declarado el carácter socialista de la Revolución, entre ellas: suspensión de la asignación de créditos, campañas difamatorias, violaciones al espacio aéreo y marítimo de Cuba, sabotajes a los objetivos económicos en la Isla, ataques piratas, apoyo de la CIA a la contrarrevolución interna en sus actos de sabotajes, sostén e incitación al bandidismo, intentos de asesinato contra los líderes de la Revolución, utilización de la Organización de Estados Americanos (OEA) para condenar y aislar diplomáticamente a Cuba, apoyo encubierto a una invasión desde el exterior por elementos batistianos acantonados en Santo Domingo bajo el patrocinio del dictador Trujillo, entre otros actos de agresión. Sin embargo, muy pronto la CIA y el Presidente llegaron a la conclusión de que el único modo de “solucionar” el asunto de Cuba era sobre la base de asesinar a Fidel Castro o invadir la Isla.(10) De este modo, desde diciembre de 1959 la CIA había concebido un programa de formación de un ejército de mercenarios cubanos, algunos de ellos criminales de la dictadura batistiana, para invadir el país. Este plan fue aprobado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960. El 6 de julio del propio año el presidente estadounidense canceló la cuota cubana de azúcar y el 19 de octubre su administración declaró el “embargo” parcial al comercio, prohibiendo todas las exportaciones, excepto de alimentos y medicinas, aunque la guerra económica contra Cuba había comenzado también mucho antes.(11) El 3 de enero de 1961 el Gobierno norteamericano anunció el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y el 16 de enero estableció las primeras restricciones a los viajes de los ciudadanos estadounidenses a la Isla.

Así, la Administración de Eisenhower dejó preestablecidos los elementos esenciales que caracterizarían la política de los Estados Unidos hacia Cuba durante más de medio siglo. Las administraciones subsiguientes simplemente harían aportes menores, para imprimir cada una su sello particular a la política hacia Cuba.(12)

Mito 2: “Fue el gobierno revolucionario en Cuba el que empujó la situación hacia la ruptura de las relaciones diplomáticas en enero de 1961”.

En abril de 1959 Fidel viaja a los Estados Unidos -su segunda salida al exterior después del triunfo de la Revolución-,(13) no para pedir dinero como estaban acostumbrados los presidentes de la república neocolonial burguesa, sino para explicar los rumbos que tomaría la Revolución y tratar de lograr la comprensión del gobierno y pueblo de los Estados Unidos sobre el nuevo momento histórico que se vivía en Cuba. También el viaje fue una continuación de la “Operación Verdad”, llevada adelante por el gobierno y pueblo cubanos en los primeros meses después del triunfo de la Revolución para responder a la gran campaña de infundios de los medios occidentales y representantes del gobierno de los Estados Unidos que señalaban que en la Isla se estaba produciendo un “baño de sangre” contra los antiguos defensores el régimen de Batista.

Todo pudo haber sido menos traumático para los Estados Unidos, de haber respondido de manera diferente a la Revolución Cubana. La reacción airada y hostil de Washington solo logró incentivar y acelerar la radicalización del proceso revolucionario y el acercamiento –como lo había deseado Allan Dulles para que sirviera de pretexto para una escalada del conflicto- a la URSS. Realmente la clase dominante de los Estados Unidos estaba incapacitada para entender lo que sucedía en la Isla y el papel de su nuevo liderazgo. Lo que estaba ocurriendo en la Mayor de las Antillas se iba de todos los cálculos posibles. Les era imposible pensar que, luego de tantos años de exitoso control del hemisferio occidental, pudiera un país tan cercano apartarse de sus designios e influencias.

Ante la aceptación de Fidel de una invitación de la Sociedad Americana de Editores de Periódicos para visitar Washington y hablar ante su reunión anual en abril, lo primero que hizo Eisenhower en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Nacional fue preguntar si no se le podía negar la visa al líder cubano, para luego -ya durante la estancia de Fidel en ese país- evadir la posibilidad de un encuentro. Ike prefirió irse a jugar golf en Georgia que recibir a Fidel. Dejó esta “incómoda” misión en manos del secretario de Estado Cristian Herter y el vicepresidente Richard Nixon. Este último trató de dar lecciones a Fidel de cómo gobernar en Cuba y más tarde escribiría en sus memorias que había salido de la reunión con el líder cubano convencido de que había que derrocar al gobierno revolucionario de la Isla de inmediato.(14)

Es decir, solo a tres meses del triunfo revolucionario, cuando aun no se habían establecido los vínculos con los soviéticos, ni firmado la ley de reforma agraria y prácticamente no se había tomado medida alguna que afectara sustancialmente los intereses de los Estados Unidos, la administración Eisenhower se mostraba poco cooperativa y más bien adversa con el nuevo gobierno cubano, especialmente con Fidel Castro. Ello a pesar de que el líder cubano, buscaba la manera de no provocar una ruptura abrupta con Washington, si bien advertía en cada discurso a los vecinos del norte que las cosas iba a ser diferentes, pues en Cuba por primera vez habría independencia y soberanía absoluta.

Por otro lado, las nacionalizaciones de propiedades estadounidenses en los años 59 y 60 no fueron una provocación deliberada de Cuba para buscar la ruptura de las relaciones con los Estados Unidos, sino una necesidad de la Revolución, planteada desde 1953 por Fidel, en su famoso alegato de autodefensa ante los tribunales de la tiranía batistiana, La historia me absolverá y prevista en la Constitución de 1940.(15) También fueron una respuesta a las agresiones constantes del gobierno de Washington y al cerco económico que comenzó mucho antes de establecido el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba por orden ejecutiva del presidente Kennedy en febrero de 1962. Sin embargo, las nacionalizaciones cubanas no fueron discriminatorias y Cuba estuvo dispuesta en todo momento a negociar la indemnización por las propiedades estadounidenses expropiadas. Así lo hizo con otros países como Francia, Inglaterra, Irlanda del Norte, Canadá y España. Solo el gobierno de los Estados Unidos se negó a establecer una fórmula de pago que no fuera “rápida, adecuada y efectiva”.

Washington rompió relaciones diplomáticas con Cuba en enero de 1961, alegando que era una respuesta a medidas hostiles de la Isla, cuando en realidad, el gobierno de Eisenhower desde mucho tiempo antes buscaba ese rompimiento. Desde finales de octubre de 1960 Estados Unidos había retirado a Bonsal como embajador en La Habana.

“El gobierno al cual yo representaba –recordaría años después Bonsal- había hecho todo cuanto podía para incapacitar la economía y el comercio del país ante el cual estaba acreditado. Era un secreto a voces que el Gobierno al que yo representaba estaba entrenando y armando aceleradamente a ciudadanos cubanos exilados a fin de contribuir al derrocamiento por la fuerza del Gobierno con el cual yo estaba manteniendo una semblanza de relaciones diplomáticas. Para ponerle la tapa al pomo, miembros de mi personal, acreditados ante el Gobierno cubano con el derecho a la inmunidad diplomática fueron descubiertos por las autoridades cubanas en actividades que dicha inmunidad no debía cubrir”.(16)

Las evidencias documentales revelan que los representantes de la embajada de los Estados Unidos que permanecieron en La Habana, el departamento de estado y el propio presidente Eisenhower, llevaban varios meses estudiando la posibilidad de romper relaciones diplomáticas con Cuba. Solo esperaban esta se produjera en el momento más oportuno, preferiblemente de consuno con la OEA, la cual debía “pedir” a los Estados Unidos esta ruptura, aunque algunos países de la región se opusieran. El presidente Eisenhower llegó a señalar que “se sentiría muy feliz si antes del 20 de enero pudiéramos dar un paso como el rompimiento de relaciones con el Gobierno de Castro hecho en concurrencia con cierto número de Gobiernos latinoamericanos”.(17)

La decisión del gobierno cubano, debido a su carácter hostil e injerencista, de limitar el personal de la Embajada estadounidense en La Habana a 11 miembros –Estados Unidos tenía más de 300-, el mismo número de funcionarios que tenía Cuba en Washington, fue el pretexto que vino como anillo al dedo a la administración Eisenhower para romper las relaciones diplomáticas con Cuba el 3 de enero de 1961 y presentar a la Isla como la agresora.

Fidel explicó al pueblo y al mundo el por qué de la decisión de reducir el personal diplomático de los Estados Unidos en la embajada de ese país en La Habana: “La Revolución ha tenido mucha paciencia; la Revolución ha consentido que una plaga de agentes del servicio de inteligencia, disfrazados de funcionarios diplomáticos de la embajada americana, haya estado aquí conspirando y promoviendo el terrorismo. Pero el Gobierno Revolucionario ha decidido que antes de 48 horas, antes de 48 horas, la embajada de Estados Unidos no tenga aquí ni un funcionario más de los que nosotros tenemos … Permítanme terminar la idea. El hecho de que hubiésemos establecido un orden en la expresión, ha servido en este caso para descubrir un deseo del pueblo. Nosotros no íbamos a decir todos los funcionarios, sino ni un funcionario más del número de los que nosotros tenemos en Estados Unidos, que son 11. Y estos señores tienen aquí¬ más de 300 funcionarios, de los cuales el 80% son espí¬as… Si ellos quieren irse todos, entonces ¡que se vayan! Ellos, a través de la representación diplomática, han introducido aquí¬ un verdadero ejército de agentes conspiradores y promotores del terrorismo…Por lo tanto, el gobierno revolucionario adopta esta posición que ha expresado aquí¬. No rompemos con ellos, pero si se quieren ir, ¡que les vaya bien!”(18)

Mito 3: “Cuba puso al mundo al borde del holocausto mundial en octubre de 1962”.

Abundan los enfoques que al exponer e interpretar la llamada Crisis de Octubre señalan a Cuba como la máxima responsable de poner al mundo al borde del holocausto mundial. Ello también responde a la manera errada en que se manejó la crisis, en especial por la dirección soviética, siendo Cuba la más desfavorecida tanto en su imagen internacional como en la solución a que llegaron Kennedy y el premier soviético Nikita Jruchov.

La manera en que Jruschov actuó al producirse la crisis, cuando sin contar con la dirección cubana negoció con Kennedy la salida de los cohetes nucleares de la Isla, y peor aún, de manera subrepticia negoció esa salida a cambio de la retirada de los misiles nucleares estadounidenses ubicados en Turquía e Italia, dejan mucho que desear sobre las verdaderas o fundamentales motivaciones que tuvo Jruschov a la hora de proponer a los cubanos la instalación de los cohetes en Cuba. ¿Qué tenían que ver los cohetes de Turquía e Italia con la defensa de Cuba? ¿Por qué no exigió se devolviera a la Mayor de las Antillas el usurpado territorio de la Base Naval de Guantánamo, se eliminara el bloqueo económico, u otros aspectos que sí se ajustaban a los intereses de la Isla?

A pesar de que en las concepciones defensivas ya elaboradas para entonces por parte de la máxima dirección cubana, los misiles nucleares no estaban comprendidos, y de la conciencia de los líderes cubanos de que su presencia en el territorio insular podía afectar el prestigio de la Revolución, se aceptó la instalación de los cohetes, a partir de que se cumplía con un principio ineludible de apoyo internacionalista con el Campo Socialista y la URSS en particular, sobre cuya amistad no existía la menor duda, porque la había demostrado muchas veces. Se trataba entonces, de que si la URSS había estado siempre dispuesta a ayudar a Cuba en los momentos más críticos, no se podían esgrimir intereses nacionales estrechos, cuando los que estaban en juego eran los intereses del Campo Socialista como un todo y por supuesto, vistos en un sentido más estratégico, los de la capacidad para defender a Cuba también.

Mucho se perdió en el terreno moral, político y diplomático cuando los soviéticos decidieron que la instalación de los cohetes nucleares en Cuba se hiciera de manera secreta, y solo hacerla pública cuando fuera un hecho consumado, al que Estados Unidos supuestamente tendría que resignarse. El líder de la Revolución Cubana defendió en todo momento que la operación se hiciera pública bajo el respaldo del derecho internacional, pues no había nada ilegal en ello. Aunque mantuvo el criterio de que los soviéticos eran los que debían tomar la decisión final, por consideración a su gran experiencia internacional y militar.(19)

Solo la posición valiente e intransigente de la dirección cubana al negarse a cualquier tipo de inspección del territorio cubano, al platear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, fue lo que salvó el prestigio moral y político de la Revolución en aquella coyuntura, y que la Isla no fuera vista como un simple peón de los soviéticos.

La famosa y tantas veces manipulada carta de Fidel a Jruchov escrita entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de octubre (traducida y enviada al líder soviético desde la embajada de la URSS en La Habana) ha sido uno de los documentos más utilizados para ubicar al líder de la Revolución como un “irresponsable” y hasta un “loco” que puso en riesgo la existencia humana en la faz de la tierra.

Hay que decir que si para los Estados Unidos la crisis había comenzado en octubre de 1962, Cuba vivía una crisis que amenazaba su supervivencia como nación independiente y soberana desde enero de 1959, enfrentada a las más disímiles formas de agresión del gobierno de los Estados Unidos, incluyendo la invasión mercenaria de Playa Girón en abril de 1961. La “Operación Magosta”, la más amplia operación de guerra encubierta elaborada e implementada por los Estados Unidos contra otro país, aprobada por el presidente Kennedy en noviembre de 1961, debía concluir con la invasión directa de las fuerzas armadas estadounidenses en la Isla, precisamente en octubre de 1962.

La carta enviada por Fidel a Jruchov, no proponía dar el primer golpe nuclear preventivo, sino que, en caso de producirse la invasión a Cuba –la variante menos probable-, no vacilara la URSS de responder con armas nucleares evitando cometer los mismos errores de la Segunda Guerra Mundial,(20) pues la invasión significaba que ya Estados Unidos se había decidido a iniciar la guerra termonuclear lanzando el primer golpe nuclear contra el país soviético. Es de destacar que si Fidel hubiera dominado el estado real de la correlación de fuerzas nucleares, con una ventaja aplastante para el lado norteamericano, esta misiva jamás se hubiera producido, pues significaba incitar al líder soviético al suicidio de su pueblo.

Fragmentos de las cartas intercambiadas por ambos líderes en esos días de tensión, muchas veces citadas inconexamente, ilustran fehacientemente la verdad histórica:

Mensaje de Fidel a Jruchov el 26 de octubre:
“Hay dos variantes posibles: la primera y más probable es el ataque aéreo contra determinados objetivos con el fin limitado de destruirlos; la segunda, menos probable, aunque posible, es la invasión. Entiendo que la realización de esta variante exigiría gran cantidad de fuerzas y es además la forma más repulsiva de agresión, lo que puede inhibirlos.

(…) Si tiene lugar la segunda variante y los imperialistas invaden a Cuba con el fin de ocuparla, el peligro que tal política agresiva entraña para la humanidad es tan grande que después de ese hecho la Unión Soviética no debe permitir jamás las circunstancias en las cuales los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear.

Le digo esto, porque creo que la agresividad de los imperialistas se hace sumamente peligrosa y si ellos llegan a realizar un hecho tan brutal y violador de la Ley y la moral universal, como invadir a Cuba, ése sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro, en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución, porque no habría otra”.(21)

Jruchov a Fidel el 30 de octubre:
“En su cable del 27 de octubre Ud. Nos propuso que fuéramos primeros en asestar el golpe nuclear contra el territorio del enemigo. Usted, desde luego, comprende a qué llevaría esto. Esto no sería un simple golpe, sino que el inicio de la guerra termonuclear.

Querido compañero Fidel Castro, considero esta proposición suya como incorrecta, aunque comprendo su motivo”.(22)

Fidel a Jruchov el 31 de octubre:
No ignoraba cuando las escribí que las palabras contenidas en mi carta podrían ser mal interpretadas por usted y así ha ocurrido, tal vez porque no las leyó detenidamente, tal vez por la traducción, tal vez porque quise decir demasiado en pocas líneas. Sin embargo, no vacilé en hacerlo. ¿Cree usted compañero Jruschov que pensábamos egoístamente en nosotros, en nuestro pueblo generoso dispuesto a inmolarse, y no por cierto de modo inconsciente, sino plenamente seguro del riesgo que corría?
(…)
Nosotros sabíamos, no presuma usted que lo ignorábamos, que habríamos de ser exterminados, como insinúa en su carta, caso de estallar la guerra termonuclear. Sin embargo, no por eso le pedimos que retirara los proyectiles, no por eso le pedimos que cediera. ¿Cree acaso que deseábamos esa guerra? ¿Pero cómo evitarla si la invasión llega a producirse? Se trataba precisamente de que este hecho era posible, de que el imperialismo bloqueaba toda solución y sus exigencias eran desde nuestro punto de vista imposibles de aceptar por la URSS y por Cuba
(…)
Yo entiendo que una vez desatada la agresión, no debe concederse a los agresores el privilegio de decidir, además, cuándo de ha de usar el arma nuclear. El poder destructivo de esta arma es tan grande y tal la velocidad de los medios de transporte, que el agresor puede contar a su favor con una ventaja inicial considerable.

Yo no sugerí a usted, compañero Jruchov, que la URSS fuese agresora, porque eso sería algo más que incorrecto, sería inmoral e indigno de mi parte; sino que desde el instante en que el imperialismo atacara a Cuba y en Cuba a fuerzas armadas de la URSS destinadas a ayudar a nuestra defensa en caso de ataque exterior, y se convirtieran los imperialistas por ese hecho en agresores contra Cuba y contra la URSS, se le respondiera con un golpe aniquilador.
(…)
No le sugerí a usted, compañero Jruchov, que en medio de la crisis la URSS atacara, que tal parece desprenderse de lo que me dice en su carta, sino que después del ataque imperialista, la URSS actuara sin vacilaciones y no cometiera jamás el error de permitir circunstancias de que los enemigos descargasen sobre ella el primer golpe nuclear. Y en ese sentido, compañero Jruchov, mantengo mi punto de vista, porque entiendo que era una apreciación real y justa de una situación determinada. Usted puede convencerme de que estoy equivocado, pero no puede decirme que estoy equivocado sin convencerme”.(23)

Esta carta también ha sido utilizada para sostener la versión de que a los soviéticos, ante las “propuestas irracionales” del líder cubano, no les quedó más remedio que negociar con los Estados Unidos de espaladas a la dirección de la Isla. Este aserto no tiene fundamento, en tanto la decisión soviética de hacer proposiciones a los norteamericanos sin tener en cuenta las opiniones de Cuba, habían sido tomadas en Moscú desde el día 25 de octubre, cuando la carta de Fidel no había sido concebida.

Un testimonio de extraordinaria valía para demostrar la falsedad de los criterios que señalan que Fidel incitó a Jruchov a dar el primer golpe nuclear preventivo contra el territorio estadounidense es el de Alenxander I. Alexéiev, quien se desempeñaba en octubre de 1962 como embajador de Moscú en La Habana y a quien el Jefe de la Revolución le dictara el controvertido mensaje:

“…la noche del 26 para el 27 de octubre Fidel Castro visitó nuestra embajada y dictó el texto de una carta para que se le hiciera llegar a N.S. Jrushov. En la misma se abordaba cuán tensa se había tornado la situación y la posibilidad de un ataque estadounidense (invasión o bombardeos) a Cuba en las próximas 24 – 72 horas. Fidel alertaba a Jruschov sobre la perversidad de los americanos y lo convocaba a tomar todas las contramedidas imprescindibles, aunque en honor a la verdad, sin llegar a concretarlas. Estando todavía Fidel en la embajada, envié un breve cifrado en el que informaba sobre la posibilidad del ataque a Cuba. Unas horas antes nuestros militares habían cursado un telegrama a Moscú en los mismos términos preocupantes. La carta de Fidel salió para Moscú más tarde, una vez que se tradujo al ruso, y no fue hasta la mañana del 28 que llegó a manos de la dirección soviética, cuando ya había sido adoptada la decisión sobre la retirada de los proyectiles. (Se sabe también, que lo que llegó por vía telefónica del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS a la secretaría de Jruschov no fue el texto íntegro del mensaje sino un resumen, motivo por el cual se pudieron producir imprecisiones.

“Este mensaje generó serias incomprensiones ya que N.S Jruschov en una de sus cartas reconvino a Fidel por haberle supuestamente sugerido que asestara un golpe nuclear preventivo contra el enemigo. La carta de Fidel fue dada a conocer por la prensa cubana y de ella no se infiere semejante conclusión.

“Fidel admite que el malentendido se deba a inexactitud de la traducción o a que yo no lo haya interpretado a él correctamente. Quisiera hacer constar con absoluta responsabilidad que la culpa no es nuestra. La traducción de la carta que dictó fue hecha por otros funcionarios de la embajada que conocían bien el español, y el texto publicado por “Granma” es idéntico al de nuestra traducción. Por lo que se puede concluir que los reproches de Jruschov carecen de fundamento. En el mensaje no se hacen semejantes afirmaciones. Todo puede haberse debido al extraordinario estrés al que estaba sometida la dirección soviética y al involuntario deseo de justificar la peliaguda decisión de retirar los proyectiles sin el consentimiento de la dirección cubana…

“Reitero que Fidel entonces no instó a que asestáramos un golpe nuclear preventivo, sino que se limitó a alertar que los estadounidenses, conocedores de nuestro apego al principio de no ser los primeros en usar las armas nucleares, podían emprender cualquier aventura, incluido un golpe nuclear. Por lo demás, el bombardeo de los objetivos nucleares soviéticos hubiese sido de por sí equivalente a un golpe nuclear. A mi juicio, Fidel no estaba pensando en un golpe nuclear preventivo, sino en la necesidad de advertirles a los americanos que nuestro respeto al principio de no ser los primeros en utilizar las armas nucleares no debía ser tomado como una garantía que los preservaría de la represalia. El reproche de Jruschov a Fidel es además improcedente porque la operación que habíamos emprendido al trasladar los proyectiles a Cuba perseguía el objetivo de intimidar a los americanos, disuadirlos de emprender acciones militares, no de emplear los cohetes”.(24)

CONTINUARÁ…


 

Notas

(1) Ernesto Limia, Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, Casa Editorial Verde Olivo, 2014, p.276.

(2) Atilio A. Borón, América Latina en la Geopolítica Imperial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014, p.66.

(3) Véase Ramiro Guerra, La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.

(4) Véase Elier Ramírez Cañedo, Estados Unidos contra la independencia de Cuba: otro rostro del Bicentenario, en: Cuba en el movimiento independentista nuestroamericano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012, pp.231-245.

(5) Las primeras acciones de hostilidad del gobierno de los Estados Unidos contra la Cuba revolucionaria fueron la hospitalidad y asilo que brindaron hacia los criminales de guerra y ladrones de la dictadura de Batista, así como la campaña mediática por los juicios a los criminales de guerra, muchos de los cuales fueron condenados a la pena capital. Los medios de comunicación de Estados Unidos y figuras importantes dentro de las estructuras de poder de ese país, señalaban que en Cuba se estaba produciendo un baño de sangre.

(6) Veáse Carlos Alzugaray, “La búsqueda de la verdad en el debate histórico: Acerca de una polémica sobre las relaciones Cuba-Estados Unidos al principio de la Revolución”, en: La Jiribilla, no. 411, La Habana, pp. 24-25

(7) Dwight D. Eisenhower, Los años en la Casa Blanca. Haciendo la Paz, 1956-1961, Doubleday and Co., New York, 1966, p. 404

(8) Carlos Alzugaray, Diplomacia imperial y revolución. Estados Unidos ante la Revolución Cubana 1959-1960: Del reconocimiento reticente a la ruptura ominosa, texto presentado al Premio Casa de las Américas, 2012, inédito, p.141

(9) Citado por Alicia Céspedes en, Referencias necesarias sobre Cuba-USA, 1959-1960. Un antiguo conflicto, Editorial José Martí, La Habana, 2010, p.212

(10) En un memorando fechado el 11 de diciembre de 1959, el jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA J. C. King dice textualmente: “Analizar minuciosamente la posibilidad de eliminar a Fidel Castro (…) Muchas personas bien informadas consideran que la desaparición de Fidel aceleraría grandemente la caída del gobierno…”. Reflexiones de Fidel Castro, La tiranía mundial. Los fundamentos de la máquina de matar, La Habana, 8 de julio de 2007.

(11) Un documento desclasificado en los Estados Unidos, fechado el 26 de enero de 1960, donde se recoge la versión de una reunión entre el presidente Eisenhower, el secretario de Estado, Herter, el embajador estadounidense en La Habana, Philip Bonsal y otros funcionarios, señala: “El Presidente dijo que Castro empieza a parecer un loco. (…) Dijo que (…) deberíamos aplicar una cuarentena a Cuba. Si ellos (el pueblo cubano) tienen hambre, botarán a Castro. (…) Preguntó cómo Cuba podría vivir si no pudiera vender su azúcar”. Véase, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado: “Girón. 40 años después”, Conferencia de académicos y actores históricos cubanos y norteamericanos, La Habana, 22-24 de marzo de 2001. Materiales de Información, Carpeta #2, pp. 56-57.

(12) Esta administración en particular se esforzó en hacer todo lo posible por evitar que la mano del gobierno, sobre todo la del presidente, apareciera en la guerra sucia que se libraba contra Cuba, como parte de lo que se denominó la doctrina de la “negación plausible”, noción incorporada al Sistema de Seguridad Nacional del gobierno de los Estados Unidos desde su surgimiento en la década de 1940.

(13) El primer viaje al exterior de Fidel después del triunfo revolucionario fue a Venezuela.

(14) Richard Nixon, Six Crises, Simon& Schuster, Nueva York, pp.351-352, 1990.

(15) Véase Olga Miranda, Cuba/Usa. Nacionalizaciones y Bloqueo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996.

(16) Citado por Carlos Alzugaray en: Ob.Cit, p.213.

(17) Ibídem, pp.214-215.

(18) Citado por Nelson Valdés, ¿Cómo y por qué los EE.UU rompieron relaciones con Cuba? Un examen ecuánime 54 años después, en: Blog La Joven Cuba, http://jovencuba.com/2015/01/15/como-y-por-que-los-eeuu-rompieron-relaciones-con-cuba-un-exame-n-ecuanime-54-anos-despues/ (Internet)

(19) Tomás Diez Acosta, Octubre de 1962, A un paso del Holocausto, Editora Política, La Habana, (Segunda Edición), p.100.

(20) El 22 de junio de 1941 se produjo el ataque sorpresivo nazifascista a la URSS. El gobierno soviético poseía informaciones de inteligencia de que dicho ataque se ejecutaría y las consideró de carácter provocativo. Debido a ello, no tomó todas las medidas recomendadas para tal caso, con lo cual permitió al enemigo asestarle un potente golpe y el mantenimiento de la iniciativa estratégica durante los primeros meses de la contienda bélica. Información tomada de Tomás Diez Acosta, Octubre de 1962: A un paso del Holocausto, Editora Política, La Habana, 2008, p.179.

(21) Ignacio Ramonet, Cien Horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet (tercera edición), Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, pp.315-316.

(22) Ibídem, p.319.

(23) Ibídem, pp. 320-321

(24) Citado por Antolín Bárcena Luis, El intercambio de mensajes entre Fidel Castro y N.S. Jruschov durante la “Crisis de Octubre”. Apuntes de un traductor a 50 años de los hechos, pp.7-8.

Fuente: Cubadebate

Ver: Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica (Segunda Parte)


 

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